El alambre de púas se parece a las otras dos tecnologías típicas del período, el ferrocarril y la línea telegráfica, ambas consistentes en repetidas bases de madera colocadas perpendicularmente para sostener largas líneas hechas de metal (en el caso del telégrafo, otra enorme industria basada en el alambre, se utilizaba más el cobre que el hierro).

Mientras el propósito de los trenes era posibilitar el movimiento de los humanos (y a sus mercancías) el propósito del alambre de púas era impedir el movimiento a los animales.

El alambre de púas, al contribuir a la integración entre las industrias animales y los centros urbanos del mundo, también formó parte de la divergencia creciente entre lo urbano y lo rural. […] el mundo rural en su conjunto fue apartado de la vista del mundo urbano, creando una división cultural de enorme importancia.

Los europeos y los norteamericanos habían adquirido herramientas de globalización: trenes, barcos de vapor y telégrafos. […] Es irónico: durante décadas los europeos habían dado por sentado que estaban demasiado interconectados como para enfrentarse, y sin embargo fue esta misma red de conexiones la que provocó la guerra.

Después del telégrafo y el ferrocarril vino el alambre de púas. Las tres tecnologías trabajaron juntas una vez más para formar un único entorno ecológico que aún encerraba otra ironía. Las dos primeras herramientas, el telégrafo y el tren, facilitaban el movimiento con suma eficacia, de modo que imprimieron un ritmo rápido a los acontecimientos y condujeron a Europa a la guerra. La tercera y última herramienta, el alambre de púas, impedía el movimiento con suma eficacia, de modo que tras los movimientos frenéticos de julio y agosto de 1914 se siguió un estancamiento total. Europa descubrió que podía empezar una guerra rápidamente… y que después no podía terminarla.